Tantos cielos...

Este blog no pretende ser una guía de viajes. Pretende ser el relato de mis sensaciones, pensamientos y experiencias de los sitios a los que he tenido la oportunidad de viajar, ya sea de forma física, trasladándome a ellos, viviendo su cultura, su pensamiento, observando sus tradiciones, su religión, sus paisajes urbanos y rurales. O de forma imaginaria a través de relatos de otros, de viajes de otros, de sueños…

Lo que sea, será, espero que sea de alguna utilidad para quien lo lea.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Ortaköy


El Pueblo de Ortaköy es un sitio apartado del centro histórico y monumental de Estambul. Es un pueblo ubicado en las orillas del estrecho del Bósforo, lo que le da una excelente situación para ubicar allí hoteles de gran lujo y con encanto que aprovechan su cercanía del casco histórico, aproximadamente cinco kilómetros, con la ventaja de mirar al estrecho sin el ruidoso y acuciante ruido de los principales puertos estambulís.
En otro tiempo Ortaköy fue una población a las afueras de la ciudad en donde, como siempre, la gente con economías boyantes establecían su domicilio durante los tórridos meses estivales. Ahora eso es así en parte pero lo que ha cambiado es que ya no está fuera de la ciudad sino que forma ya un todo con ella. Ha sufrido ese inevitable destino que, en todo el mundo, sufren los pueblos que están ubicados a “tiro de piedra” del centro de las grandes urbes.

En este “pueblo” podemos encontrar lugares realmente encantadores. Uno de ellos es la plaza principal. Está ubicada justo en la orilla del Bósforo, de tal manera que sus pequeñas olas rompen justo debajo de tus pies cuando estas en ella. En la misma Plaza está la mezquita de Büyük Mecidiye, edificio pequeño pero que muestra una presencia sólida e interesante, especialmente por los dos minaretes que con una altura considerable preceden su fachada. Estos apuntan de forma decida e intimidante al cielo, como si de un momento a otro fuera a salir fuego de su base y despegaran hacia el espacio buscando nuevos mundos, nuevos dioses a los que rendir pleitesía.
El lugar que más me agrada es un café que está instalado, cómo no, en un saliente de la tierra y se adentra un poco en el estrecho, justo a mil quinientos metros de Asia, tan cerca que si no fuera porque no soy Jesucristo, me iría a dar un paseo y volvería para estirar las piernas.
En la terraza del café nos sentamos justo a la orilla del agua, en este momento sopla un viento moderado, lo suficientemente fuerte para refrescarte del intenso calor y lo suficientemente suave para disfrutarlo acariciando la piel, rebuscando entre el pelo, como si de unas pequeñas manos te enredaran en la cabellera.
De vez en cuando algunos barcos cruzan el Bósforo. Unas veces van cargados de mercancías, enormes naves que surcan el Estrecho con dirección al Mar Negro. Cargados de cientos de enormes contenedores metálicos o enormes petroleros, llevan objetos que servirán para que otras personas, quizá en Sebastopol, Odessa, o Constanza puedan llevar a cabo su vida diaria, mover sus coches, trabajar, etc. 

Otras veces son barcos de recreo, en donde los turistas van mirando, girando las cabezas constantemente, todas las maravillas que en ese momento solo puedan ver. Me pregunto cuántos de ellos pensarán, como lo he hecho yo cuando he viajado como ellos, “Me encantaría bajarme allí, sentarme en esa terraza y deleitar un té hasta que las horas me empiecen a doler en el culo”. Justamente lo que estoy haciendo yo ahora.

Por cierto, el nombre de este café es Beltas Café. No lo olvides si quieres que el viento del Bósforo acaricie tu piel mientras disfrutas de un relajante té y de la alegría de poder compartirlo con alguien que lo disfruta igual que tú mismo.